En México no hay tradición pesquera, reconoce Schmidt. Recuerdos de la mala coinversión en 1981

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  • “Nuestros pescadores, con cualquier pretexto dejan de ir a pescar”.
  • El barco fábrica “Arosa Once” y la pesca de tiburoneros coreanos.

Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, 14 de agosto de 1981.

La coinversión pesquera en este México, huérfano de la tradición industrial característica de las naciones marinas, ha tenido serios reveses en su afán de acabar con el desperdicio del potencial alimenticio que la naturaleza ha puesto en las manos de nuestro país: el trayecto que en estos momentos cubre hacia España el barco fábrica “Arosa Once” y la experiencia con los tiburoneros coreanos, así lo confirma.

El licenciado Alfonso Schmidt Zazueta, jefe de la Oficina de Pesca en Mazatlán, fue claro al decir que en México no tenemos tradición de mar, la pesca es netamente costera y un nublado, un día santo del pescador, un carnaval, una semana santa, son pretexto para que los pescadores amarren sus barcos en los muelles, mientras se deja tranquilamente de producir.

No pasa así en otros países donde un barco es una empresa y como tal debe dar ganancias a sus propietarios con el trabajo constante.

Bajo esta premisa, se invitó a los empresarios extranjeros a invertir en la pesca en México a condición de que sus acciones no fueran superiores al 51 por ciento, de que se abanderara mexicana la embarcación y de que el personal extranjero fuera sustituido paulatinamente por tripulantes mexicanos.

Fue así como empresarios mexicanos y españoles dispusieron —con miles de obstáculos de migración, aduana y bajo la mirada desconfiada del sector cooperativista— hacer un convenio para que el barco fábrica “Arosa Once” capturara y procesara sardina en las aguas mexicanas. El presidente de México, José López Portillo, abanderó el buque el primero de junio de 1980 en los muelles de Mazatlán.

Esta semana, el “Arosa Once” zarpó de los mismos muelles cargado de derrota: la sardina en México se encuentra en aguas bajas, a poca profundidad y el calado del barco está diseñado para capturar a grandes profundidades. Simplemente no podía capturar esta especie y por lo tanto, tampoco procesarla. Se trató de surtirlo con barcos sardineros de Productos Pesqueros Mexicanos, pero la operación era muy costosa.

No se pensó en este detalle y al año se truncó el sueño de los empresarios mexicanos.

El “Arosa Once” va ahora a España, quizá para nunca volver.

Algo parecido sucedió con los barcos coreanos: con permiso para capturar sólo tiburón, atrapaban entre sus sistemas de pesca a las especies reservadas a la pesca deportiva. También hubieron de irse.

Aparte, pesó sobre ellos la denuncia de un capitán de que el personal mexicano no era correctamente adiestrado en la captura del tiburón y sí discriminado, lo que no sucedió en el barco español.

Los barcos coreanos tenían la limitante de no pescar más acá de las 50 millas de la costa y fueron sorprendidos varias veces pescando a escasas 20 millas por los propios pescadores de las flotas deportivas, quienes se hicieron en una ocasión justicia por su cuenta, quitándoles las cimbras.

Sí tenían permiso de excepción para capturar otras especies, porque era imposible que no las capturaran con sus sistemas de línea larga, pero llegaron al colmo de capturar más marlín y pez vela que tiburón.

En ambos casos, el del “Arosa Once” y el de los barcos coreanos, la política de coinversión pesquera no ha funcionado porque los sistemas y las tecnologías que se usan en el extranjero no han sido útiles para México.

Así, la pobreza productiva en la turbulenta pesca mexicana sigue estando en las aguas mansas del Océano Pacífico.