HOY, DÍA DEL PAYASO. “Profesión difícil y muy poco redituable”, se lamentaba ‘Cocoliso’ hace 41 años

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Foto con fines ilustrativos. 05/12/2018 Detrás del maquillaje y esas narices rojas, se esconden los artistas que tratan de hacer crecer la magia y las ilusiones de aquellos que les dedican al menos un minuto de su tiempo. Por ello, cada 10 de diciembre México reserva este día para festejar esta curiosa celebración CENTROAMÉRICA MÉXICO SOCIEDAD NOTIMÉRICA

Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, 24 de diciembre de 1980.

Desde hace siete años, las fiestas infantiles de Mazatlán en su mayoría y posteriormente algunas de las realizadas en los estados aledaños a Sinaloa, tuvieron una variable que aumentó las risas inocentes de los niños. En esa fecha, Mario Ibarra cambió radicalmente su personalidad para dedicarse a lo que ha sido su vocación de por vida: hacer felices a los menores de edad. Unos raídos pantalones cortos y una media en la cabeza fueron suficientes para el inicio. El nombre ya se lo había puesto el pueblo, pues al andar siempre a rape desde pequeño, no faltó quien lo bautizara como “Cocoliso”, igual que el sobrino de Popeye el marino, conocido personaje de las caricaturas.

Cocoliso hizo escuela y sus ademanes, gestos y trajes fuero aprendidos por “Spaghetti”, “El Mago Daniel” y “Frijolito”. Ellos cuatro, junto con “Rabanito”, han deleitado por años a los chiquitines en el puerto.

Ayer entrevistamos a Mario Ibarra cuando desayunaba arriba del mercado municipal. Triste ironía: con su trabajo recorre lujosas salas, pero su vida rutinaria transcurre entre los humildes.

Con un poco de malicia, le preguntamos cuántos payasos había en el puerto. Por el momento se nos olvidó que a quien entrevistábamos no era a Cocoliso, sino a su autor y creímos que nos diría que el número era incontable, pero nos respondió que sólo eran cinco, cuatro mejor dicho, pues uno de ellos acababa de partir para radicar en La Paz, B.C.S.

¿Es redituable ser payaso?, le preguntamos ingenuamente, como si el escenario donde se hacía la entrevista no fuera una respuesta contundente.

—No. No es negocio —respondió, como era obvio—. Para ser payaso hay que tener alma, saber reír y llorar junto con los niños. Cobramos quinientos pesos por dos horas, pero yo les regalo premios y disfraces a los niños, además de que hay que comprar cremas y toallas muy seguido.

¿Cómo se inició en esta profesión, que muy humilde será por lo mal pagada, pero es al fin una muy honrosa profesión?

—Yo no sabía nada de payasos. Trabajaba como cantinero y mi madre me decía que cambiara de empleo, que consiguiera uno humilde, pero no en ése en donde “tomaba” mucho. Y hace como siete años, con un pantalón corto y una media en la cabeza, comencé.

Poco a poco, Cocoliso aprendió a improvisar los chistes, porque se debe dominar perfectamente la improvisación y combinaba esto con la danza. El payaso, pues, es un artista en la extensión de la palabra, pero con su particularidad. No es el cómico de la novela o del programa. Él es el personaje único y su público no está detrás del escenario o del aparato, sino que participa en su juego.

—Los payasos de los circos —dijo— cada rato “meten la pata”, porque cuando actúan dicen muchos chistes “colorados” sin tomar en cuenta que tienen un público de adultos y de niños.

Continuó diciendo que él hace sólo chistes “blancos”, a pesar de lo cual constantemente le rondan los inspectores escolares para que no se le vaya a pasar la mano.

Mario Ibarra tiene ya 59 años de edad, y pese a su pobreza, parece que no le preocupa el futuro.

Ayer, como casi todos los días, desayunó en los altos del mercado municipal, y eso que está en su mejor época, como lo es la navideña. Días hay en que debe buscarle por otro lado, como jardinero o como mesero.

Pero todo lo olvida cuando consigue una actuación.

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