SIXTO OSUNA, el poeta de Villa Unión, 150 aniversario de su nacimiento

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Está imagen se encuentra en la casa donde nació, ubicada en calle Miguel Hidalgo y es propiedad de la familia Flores Osuna. (Página de Facebook de Santiago Manuel Quintero).
  • Sixto Osuna Paredes nació el 28 de marzo de 1871 en Villa Unión; murió el 29 de abril de 1923.

SINALOA EN LA POESÍA, SIXTO OSUNA

Por: Gonzalo Armiento Calderón

Refugiarnos en las plácidas y cada día menos frecuentes horas del calor hogareño, y penetrar en la poesía profundamente provinciana en lo emocional, pero infinitamente universal en lo filosófico, de Sixto Osuna, el aeda sinaloense de los cinco primeros lustros del siglo XX, representa una fruición para el espíritu que nos libera del materialismo reinante para llevarnos por los etéreos caminos que alimentan el alma con los selectos frutos de la inspiración vernácula.

Vestido de azul llegó a mis manos el pequeño libro en el que la tozuda dedicación de Carlos Manuel Aguirre encerró en el «Arcón Lírico», de efluvios recuerdos, quince pinceladas del vate sinaloense, que son como quince estrellas fugaces que en alba se desprenden para iluminar el cielo inmenso de la lírica, donde habitan las musas que inflamaron el estro del poeta.

Así, en lo bucólico, arrancamos esta delicada estrofa que nos arroba con especial encanto:

«Yo soy un provinciano devoto del celaje, 
amigo de los campos y de la soledad.

Mi espíritu es hermano del rústico paisaje
y siente un instintivo desdén por la ciudad».

En «Crepúsculo de Otoño», encontramos el alma visionaria del aeda que describe a la luna, aún ignota, con la esplendente anticipación de los predestinados:

«Perfiles de montaña selenita
descuellan a distancias abismáticas…
Mi espíritu se arroba en la infinita
placidez de las sombras enigmáticas».

Y corre la pluma del gran bardo con apasionada obstinación por los senderos siempre abiertos del alma y del paisaje sinaloense, para llegar al enigma del hombre y del universo con un canto a «Las Estrellas» que nos deja el sabor de la eterna ausencia:

«Y de allá, pensativas, con tremores fraternos,
como pálidas vírgenes que la vida destierra,
en la noche infinita de voraces inviernos,
velarán el cadáver inútil de la tierra».

Hurgar de nuevo en el Arcón Lírico de Sixto Osuna, y encontrar las joyas literarias de su espíritu extasiado ante la plácida vida campirana de su pueblo natal: Villa Unión, es redescubrir las vetas esplendentes de la poesía sinaloense.

«Versos inéditos, cuentos y comedias, ensayos y divagaciones literarias, guarda el cofre sagrado», refería su coetáneo Enrique Pérez Arce, quien se dijera legatorio del lírico joyel de Sixto Osuna, cuya sensibilidad encuadró en la clásica estrofa el incierto futuro de la humanidad:

«El ánima revive el portentoso mito
de Osa y de Pelión, y teme que algún día
amague hasta los cielos la bélica osadía
infundiendo en los hombres un asombro infinito».

Y siguen los versos, las estrofas y las poesías, para saturarnos el alma con el recuerdo de la romántica vida de principios de siglo, que todavía no avizoraba la crisis del materialismo que ahoga el sentimiento y frustra la expresión en plenitud del hombre como ser gregario, en cuyos afectos encierra la íntima presencia de su propia personalidad.

Humanismo puro, ausente de la tecnocracia deshumanizada que deprime y que nos aparta de la pacífica convivencia, es la semilla que germinó en el alma del poeta, al cual dejamos susurrando. y antes que el hombre fueron las estrellas divinas…

Tomado de; Presagio, Revista de Sinaloa; número 2, páginas 8-9. Fuente: Sinaloa Space

LAS CALLES DE MI CIUDAD. (Sixto Osuna). Sinaloa, parece que no, ha sido núcleo del movimiento poético de los últimos años: los Contemporáneos tuvieron aquí su mecenas en el doctor Bernardo Gastélum. Sixto Osuna era de esta hornada, pero aferrado a un amor imposible, nunca quiso dejar su refugio de tristeza en su natal Villa Unión. Pudo ser el mejor poeta sinaloense pero… Su obra ha sido reconocida y su nombre se ha perpetuado en Villa Unión, y aquí en Mazatlán una calle lleva su nombre, calle que en algún tiempo se llamó “calle del Oro”. ¿Por qué? Ahora lo sabrá: cerca de Olas Altas estaban los almacenes de la mina del Tajo, hasta donde llegaban las diligencias cargadas con barras de oro, las cuales se apilaban afuera, como leña, en espera de ser enviadas a España o a los Estados Unidos.

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