La Batalla de San Pedro, Navolato, 156 aniversario

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Noticias fidedignas transmitidas violentamente de varios puntos de la costa anunciaron la venida de una expedición filibustera, llamada franco-mexicana, por el puerto de Altata. Según ellas, doscientos franceses, zuavos y argelinos, apoyados por trescientos mexicanos, al mando del traidor Jorge Carmona y del aventurero general Domingo Cortés, designados para la conquista de Culiacán y de las poblaciones inmediatas, habían partido ya para su destino.

El día 19 de diciembre de 1864, a la una de la tarde, recibió aviso el gobernador y comandante general del Estado, coronel Antonio Rosales, que en dicho puerto había fondeado un buque de guerra, que desprendiendo un bote en que venían varios oficiales, éstos, después de hablar con un extranjero avecinado allí, que era conocido con el nombre de Pedro “el francés”, se habían retirado. El ciudadano gobernador inmediatamente hizo avanzar por ese rumbo, en observación, a la mayor parte del escuadrón “Lanceros de Jalisco”, al mando de su jefe Francisco Tolentino, y se ocupó de los preparativos necesarios para combatir a los invasores.

El día 20, las noticias venidas aseguraron el desembarque de la fuerza expedicionaria en el punto de “Las Salinas”, reconocido antes por “El Lucifer”, barco de guerra francés, por lo que el coronel Rosales dispuso su salida con toda la fuerza disponible -con la caballería llegaba apenas a los 400 hombres- para encontrar al enemigo, y la pernoctó en San Pedro. La demás fuerza, dividida en partidas y mandadas en comisiones importantes a gran distancia de Culiacán, no fue llamada porque no era posible llegara a la hora del combate.

Al amanecer del día 21, el coronel Rosales emprendió de nuevo su marcha sobre el enemigo y en el camino recibió la noticia de que sus avanzadas habían venido hostilizando eficazmente a los francotiradores, desde Bachimeto hasta Navolato, donde se habían detenido. Entonces avanzó, y alistándose en este pueblo, rompió los fuegos con una parte de sus fuerzas sobres las contrarias, pero éstas no salieron, considerándose bien atrincherados en los cercos y bosques que rodean la población, por lo que persuadiéndose el coronel Rosales de que este movimiento que tenía por objeto hacer un reconocimiento sobre la posición y fuerzas de los contrarios, no era posible por las dificultades del terreno, si no era empleando más fuerza, exponiéndose así a  comprometer un combate general, desventajoso, se desplegó a San Pedro con su brigada, dejando a la caballería encargada de provocar al enemigo y conduciéndolo a un lugar descampado.

Y éste, en efecto, a virtud de los hábiles movimientos del escuadrón mencionado, se movió al fin la mañana del memorable día 22, y atraído por el vivo sostenido fuego de los valientes que componen este cuerpo, que en su retirada lenta a San Pedro, se mantuvieron siempre a tiro de pistola de él, llegó a doscientos metros de nuestro campo, formándose sus fuerzas acto contínuo en combate. San Pedro, cuyo nombre marcará y recordará nuestras más puras glorias, está situado al poniente de Culiacán, a la distancia de cuatro leguas, en una llanura cortada aquí y allí por débiles cercas de ramas, que marcan la propiedad de los vecinos del pueblo.

El coronel Antonio Rosales, jefe del Estado y de la Brigada que lleva su nombre, se colocó a la orilla del poblado, hacia el poniente, por donde se desemboca el camino en que se presentó el enemigo. Su centro lo formó con cuatro piezas de artillería de montaña, dirigidas  por el teniente Evaristo González y un trozo de infantería. Su izquierda estaba apoyada por el batallón “Mixto”, mandado por su jefe el comandante Jorge Granados, y dos piezas ligeras;  su derecha por el batallón “Hidalgo”, a las órdenes del coronel Correa, y de reserva, quedó la artillería.

La fuerza enemiga, extendida desde el camino hasta el vallado que estaba a su derecha, formó su izquierda con los traidores, su derecha, con franceses y dos obuses de montaña y su centro con argelinos y mexicanos.

El fuego de fusil y cañón, que comenzó inmediatamente, fue sostenido por ambas partes, por más de media hora, pasada la cual los franceses intentaron apoderarse de las dos piezas de artillería de la izquierda, pero el valiente Granados,con sus intrépidos soldados, no sólo contuvo al enemigo, sino que cargó sobre él con tal ímpetu que le hizo retroceder. Desgraciadamente, en esos momentos fue herido en el vientre a quemarropa, por una bala de pistola. Una carga de la reserva afirmó el resultado de ese movimiento, que hizo volver a sus posiciones a los franceses.

Pero firmes éstos, no obstante nutrido fuego que les hacía, el coronel Rosales ordenó que toda su brigada avanzara simultáneamente, y ésta llena de entusiasmo, atacó con tal denuedo a los enemigos que, no siéndoles ya posible ni a unos ni a otros cargar las armas de fuego, se trabó un combate a la bayoneta. En este ataque general ejecutado con tanto brío, el malogrado capitán Fernando Ramírez fue muerto por una bala de rifle, disparaba tan imediatamente a él que el soldado que hirió dio fuego a su arma teniéndola en actitud de calar bayoneta.

El comandante Francisco Miranda, mayor de la brigada, que fue a apoyarlos se condujo con tal valentía que ha merecido los elogios de todos los que presenciaron los hechos.

El joven M. Buchelli se portó como un veterano aguerrido en los combates. Tuvo un participio notable, igualmente, el pundonoroso jefe de Estado Mayor, ciudadano Jorge Green, y cumplieron con su deber los oficiales subalternos. El mayor del “Mixto”, ciudadano Jorge Palacio que sucedió en el mando al arrojado Granados, se batió con bizarría; pero sobre todo, se hizo notable en ese cuerpo el capitán graduado de comandante ciudadano Lucas Mora.

La artillería, al mando de su jefe el teniente Evaristo González, secundado, por el subteniente Jesús Vélez, en todos los momentos de la acción conservó su serenidad, a la que fueron debidas las acertadas punterías de las piezas que le encomendaron. En esta fuerza se distinguieron el sargento segundo Pedro Pérez y el corneta de apenas once años de edad Francisco Ramírez.

El batallón “Hidalgo” sostuvo su posición y ejecutó las maniobras que se le mandaron, a las órdenes de sus dignos jefes ciudadano Ascensión Correa y comandante de batallón ciudadano Pedro Betancourt.

Conmovida la línea enemiga por tan vigoroso ataque, comenzó a perder terreno pero sin dejar de presentarse en una actitud imponente.

Por más de media legua y durante tres horas, su resistencia fue tenaz, no obstante que comenzaron a abandonarlos los traidores, siendo los primeros fugitivos Carmona y Cortés, y fueron necesarios aún repetidos ataques.

Las cargas dadas por el escuadrón “Lanceros de Jalisco”, con su digno jefe Francisco Tolentino, en esta jornada sorprendieron al enemigo por su valor y el arrojo con que fueron ejecutadas.

Al fin, desalentado éste, por haber sufrido grandes pérdidas, dividido en secciones y clavando sus armas en la arena del Río Humaya, testigo de su derrota, cruzaron los brazos esperando la muerte.

Quedaron prisioneros Gazielle, comandante del “Lucifer” y jefe de la expedición, seis oficiales franceses y noventa y ocho de tropa, entre franceses y argelinos, siendo mucho más los imperialistas, los cuales fueron incorporados al ejército republicano, y además se quitaron dos piezas de artillería rayada, parque, etc.

Al día siguiente (23), se verificó la entrada triunfal del ejército mexicano a Culiacán en medio de la muda admiración de sus habitantes, absortos al contemplar un triunfo que casi parecía un imposible, un absurdo.

Todos los prisioneros fueron perdonados y tratados con la caballerosidad que usan los libres hijos de México.

El ciudadano gobernador, sus jefes y oficiales, todos a porfía se esmeraron en ser valientes y después de la victoria fueron generosos.

Fuente: Navolato, 18 encuentros con la Historia

Coordinadores José María Figueroa – Gilberto López Alanís

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