El 4 de enero de 1910, llegó a Culiacán una comisión del Centro Nacional Antireeleccionista, encabezada por don Francisco I. Madero y el licenciado Roque Estrada, y ante un grupo superior a los dos mil ciudadanos reunidos en los salones de la. Sociedad «Artesanos Unidos Miguel Hidalgo», sita en la casa de don Inocencio Mata, esquina de las calles Benito Juárez y Domingo Rubí, formaron el Centro Antireelecionista de Culiacán.
La directiva quedó encabezada por los ciudadanos ingeniero Manuel Bonilla, como presidente, y Amado A. Zazueta, Rosendo Verdugo, profesor Ramón Saavedra Gómez, Francisco Ramos Obeso, Crisanto Arredondo, Crisóforo Avendaño, Benigno Zazueta, Miguel C. Prieto, Jesús M. Burgos y Jesús I. Penne, en los puestos secundarios.

Era gobernador del Estado don Diego Redo Vega, descendiente de honorable familia troncal de Culiacán, generosa, de refinados sentimientos humanitarios, principalmente don Joaquín, hombre emprendedor, siempre dispuesto a hacer el bien a los necesitados, de manera especial a sus trabajadores a quienes trataba como si fueran familiares. Así que la ciudadanía esperaba que don Diego fuera igual, pero su posterior actuación defraudó aquellas esperanzas.
Después de las elecciones federales, tras de que el Congreso de la Unión declaró triunfante en su reelección al general Porfirio Díaz, el candidato «derrotado» don Francisco I. Madero, a través del Plan de San Luis, del 5 de octubre del mismo año, invitó a la ciudadanía a desconocer la administración de don Porfirio, señalando para tal efecto el día 20 de noviembre.
Llegada la fecha, en Culiacán, se observaba inusitado movimiento: muchas personas se dirigían a Catedral para entregarse a la oración; otras al mercado, en busca de noticias; algunas más entraban y salían, de las casas de elementos reconocidos como opositores al gobierno. Y mientras esto ocurría, como abejas al enjambre penetraban a la casa de Pedro Blancarte, ubicada en la esquina de las calles Colón y Corona, un número considerable de ciudadanos. El inmueble lo tenía en arrendamiento Jesús I. Penne y lo habitaba la señora Refugio Iturbe, y estaba «fichado» como el sitio de concurrencia del grupo más decidido del Centro Antireeleccionista de Culiacán.
Durante todo el día se observó fuerte movimiento en aquella casa, y ya para las seis de la tarde, que era la hora señalada en El Plan de San Luis, sólo habían quedado dentro de la pequeña sala los señores José María Cabañillas, Ramón Rangel Valenzuela, Agustín Beltrán, Conrado Antuna, Francisco Ramos Obeso, Juan M. Banderas y el autor de esta remembranza, con apenas 16 años de edad.
Aproximadamente a las siete de la noche llegó al lugar Nicolás Amarillas, informando que en ese momento el gobernador Redo estaba ordenando el arreglo de los portales y salones del Palacio de Gobierno, para verificar suntuoso baile dedicado a las familias de la alta sociedad, celebrando con ello los sucesos de Puebla.
Al oírlo, Banderas se levantó de su asiento e indignado manifestó: «¡Eso es una iniquidad… yo entorpeceré esa fiesta… dentro de un momento regreso trayendo preso al gobernador! y salió murmurando, maldiciendo, dispuesto a cumplir su propósito. Amarillas le siguió y nosotros nos quedamos resguardando los bultos con armas, parque y pólvora que habíamos preparado.
Pasada media hora regresó Banderas, exclamando: «¡estamos perdidos… aquí hubo un Judas… y su acción es reciente porque el gobernador supo que nos reunimos aquí, y lo peor, hasta supo que yo iba a aprenderlo!». Luego agregó: Aquí no nos quedan más que dos alternativas, regresar a nuestras casas o irnos a la revolución».
La mayoría, debo ser sincero, opinaba por el retorno a casa, por temor a la revolución, pero a eso de las ocho de la noche se presentaron dos catrines, con trajes negros y bombines, y se apostaron a la puerta de la casa, y a su mando, un piquete de «carnitas» (soldados del gobierno del Estado) que irrumpieron armados en la pequeña salita a la vez que gritaban: «dénse por presos», apuntándonos con sus armas. La confusión fue grande, pero salvadora. Los jefecitos de aquellos soldados dedicaron mayor atención a inspeccionar los bultos, y nosotros aprovechamos para saltar las bardas del patio e irnos a donde pudiéramos salvar el pellejo. Todos agarramos monte al ser descubierta la conjura, pero al fin decidido nuestro destino, que era el de la lucha armada, se procedió en distintos lugares a organizar numerosas guerrillas, que fueron las primeras de la revoluci6n en Sinaloa.
A citación de Juan M. Banderas, designado jefe de guerrillas, el 8 de enero de 1911, aquellos conjurados, ya al frente de sus respectivas guerrillas, se reunieron en el poblado de Coloma, Estado de Durango. Allí estaba Banderas con 21 hombres y llegó Agustín Beltrán con 25, José María Cabañillas con 14, Ramón Valenzuela con 8, Francisco Ramos Obeso con 16, Conrado Antuna con 13 y Francisco Ramos Esquer con 8. Con estos contingentes, mal armados y peor municionados, con Banderas al frente, nos dirigimos a Tamazula, Durango. Allí Banderas pidió al Director Político, don Ruperto Rodríguez, que le entregara la plaza, concediéndole 24 horas para que diera respuesta. En ese ínter llegó al lugar el joven Ramón F. Iturbe, jefaturando 13 hombres mal armados, en su mayoría originarios de Alcoyonqui, y se incorporó al grupo.
Como el Director Político no respondió en el plazo fijado, Banderas ordenó el ataque a la plaza, pero antes recomendó que nadie se embriagara, que respetaran los hogares y las familias y se evitaran los saqueos, dejando a la jefatura de la guerrilla toda la autoridad en el poblado. Concluida la catilinaria, los guerrilleros nos acercamos al poblado y al escuchar el disparo de pistola que hizo Agustín Beltrán desde la casa de Aurelio Zazueta, que era la señal convenida, nos lanzamos sobre los defensores de la población que fueron vencidos tras de reñidísimo tiroteo. La plaza quedó en poder de la revolución.
Pasado el combate renació la calma. El comercio y la gente pudiente contribuyeron espontáneamente para los gastos de los revolucionarios, porque en su mayoría, simpatizaban con el ideal antireeleccionista, prueba de ello que allí mismo se levantaron en armas y se incorporaron a la revolución Antonio M. Franco, José Higuera, Melquiades Meléndez, Genaro Valenzuela, Francisco Dueñas, Manuel y Francisco Martínez, Jesús Coronel Avitia, cada uno con un puñado de hombres que el 14 de enero del mismo año salieron a combatir a la plaza de Topia, Durango.
Texto y fotos: Presagio, Revista de Sinaloa; número 52, páginas 11-13.